Diario de una exinquilina de temporal

-488 a -487 | 29 - 30 de marzo, 2020

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Domingo 29 de marzo, 2020

¿Y si no botan la casa? ¿O si aplazan la fecha de demolición? ¿Qué pasaría entonces con lo que se definió y narró desde esa específica noción de temporalidad?

En temporal el juego era este: ingresar al espacio después de abrir y cerrar setenta candados, correr para apagar la alarma porque si suena ensordece a nivel nocivo para la salud, toparse con un ominoso temporizador y sus números rojos en cuenta regresiva, recordar que esta cosa-casa pronto morirá.

Temporal era, al menos para mí, la materialización del SI FUERAS A MORIR MAÑANA ¿QUÉ HARÍAS HOY? Y a eso jugaba yo, a ocupar un espacio que podía extra saborear precisamente porque de todos los espacios que ocupo, incluyendo mi cuerpo, ese era el único con fecha de muerte definida y bien sabida.

¿Que si me entró la duda de que cosas pasan, de que la economía es voluble, de que un trámite constructivo es burocráctico y caprichoso, de que a lo mejor ni tan fija esa fecha de defunción? Sí pero shh, me dije, que eso no te distraiga del poético juego que querés jugar.

Temporal temporal, decía yo mientras caminaba por su larguísimo pasillo, ¿qué me vas a revelar hoy?

Mi deseo era absorber la mayor cantidad de detalles de esta casa que pronto dejaría de ser casa porque les ha pasado ¿verdad?, eso de que uno transita por un mismo lugar muchas veces pero si luego intenta describir lo que vio se da cuenta de que es más lo que no vio que lo que sí.

Yo no quería que eso me pasara, yo quería notarlo todo porque una vez que el espacio no esté, la única evidencia de que existió va a ser lo que habite en nuestras memorias y nuestros registros.

Me costó adquirir el hábito de llamar a ese lugar temporal y verlo como tal. Me pesaba más lo que había sido antes: o sea casa, o McMansion si voy a ser precisa, con despensas y clósets, baños de buen gusto y de mal gusto, habitaciones para niños y habitaciones para adultos, cocinas (¡dos!) y fantasmas.

Más quería yo imaginarme las funciones originales de cada espacio que poner atención al uso que le estábamos dando los nuevos inquilinos; porque más que inquilinos, para mí éramos intrusos de quienes esta casa, con sus cincuenta años de edad, se burlaba. Seguro que ella, Señora Casa, había visto y contenido demasiado como para dejarse ahora llamar temporal y entretener nuestros jueguitos de luces y letras y música y pintura y mirillas y visitas guiadas.

Por sentirme como intrusa es que creo que tuve pesadillas en las que los cuartos de temporal se hacían grandes y pequeños y se apagaban y se encendían, en las que la casa me hacía saber sin palabras que yo solamente estaría segura si me quedaba en la cocina, y solo si seguía haciendo lo que había estado haciendo en el sueño, que era enjuagar y reciclar latas de cerveza.

Pero como pasa con mucho, eventualmente me olvidé de Señora Casa y temporal se volvió Temporal. Pero en eso llegó Pandemia y ¿ahora qué? ¿Cómo llamar a esta cosa-casa? ¿”Una excasa que ahora es un proyecto cultural llamado Temporal que explora la temporalidad pero que a lo mejor ya no es tan temporal como pensábamos”? Aquí me imagino a Sergio y su mirada penetrante diciéndome que no, que “todo es temporal, Juliette”, pero yo insisto en mi pregunta porque una cosa es el concepto de la temporalidad y decir que nada es para siempre y otra es toparme esos términos y aforismos a escala Pandemia y darme cuenta de que realmente, pero realmente realmente, no tengo idea qué implica –a nivel práctico, emocional, humano, planetario, universal– la temporalidad o la permanencia o la eternidad.

 

Lunes 30 de marzo, 2020

Anoche antes de dormir me imaginé esto:

Una madre y una hija caminan por una playa en Italia en el año 1000 antes de Cristo. En latín, la hija le pregunta a la mamá que dónde está papá ahora que papá no está. Papá seguro murió en alguna guerra, pero mamá tan sabia, quien encima extraña mucho a papá, quiere responderle a hija que papá está en todo, en la tierra, en el mar, en el cielo, que papá siempre fue parte de todo y que siempre lo será; pero mamá no encuentra una palabra para decirle eso a hija porque todavía faltan palabras por inventar, así que mamá se inventa una, que sería semper que significa eterno y que es de donde viene siempre, y le dice a hija algo así como que papá es semper y que por eso está en todo y que siempre lo estuvo y que siempre lo estará.

Que los humanos hemos logrado inventar palabras que representan y encapsulan cosas que la mayoría de nosotros nunca vamos a llegar a en serio enteramente comprender, me parece alucinante y asombroso y me lleva a esto otro:

El lenguaje es una estructura que estabiliza. Es gracias a esta estructura que todos podemos usar y entender palabras como temporal, eterno, infinito; es gracias a ella que podemos decir y entender que nada es para siempre. Pero después pasan cosas (pandemias, accidentes, no accidentes) que nos recuerdan que esa estructura la construimos nosotros y que por más que podamos inventar y entender palabras como esas, no somos capaces de absorber lo que pretenden definir porque lo que pretenden definir nos sobrepasa. Y entonces la estructura se tambalea, el lenguaje se desestabiliza.

Primero resistí soltar la palabra casa, ahora resisto soltar la palabra temporal, y en esa resistencia se revela mi uso, y a lo mejor abuso, del lenguaje para estructurar eso que no entiendo. He sido una ingenua, querido diario, al querer ponerle palabras a las cosas para que se me queden ahí quediticas. Y no te sé qué hacer con eso, querido diario, porque estoy segura de que no lo voy a dejar de hacer, pero al escribirlo me invade nuevamente una sensación (porque no es un pensamiento, es más como una leve brisa o una voz lejana y tenue) de que Temporal-Señora-Casa tiene cosas importantes que contar y que más me vale poner atención.

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